“He quedado con mi madre a caminar más tarde, pero he subido hasta aquí temprano para dar una vuelta a mi aire, sentir el sol, empaparme de la calle y estar en el mundo.”
VIVIAN GORNICK, ‘Apegos Feroces’
🌳 Lanzarse al camino
Un amigo paseaba siguiendo cualquier calle cuesta abajo, hacia el río, muchos días a la semana. Salía de su casa en la calle de la Cabeza dirección calle Lavapiés, y podía girar a la derecha en Jesús y María e intentar alcanzar la calle Toledo. Hacia el río siempre, puede que continuara caminando por la calle Segovia, eligiera cruzar el parque de Atenas y llegara por fin al Paseo de la Virgen del Puerto. Y descansar así en el Puente del Rey observando, arrebatado, el Manzanares.
Una amiga caminaba sin rumbo fijo y sin intención alguna pero siempre por las tardes, regodeándose en la rutina, hasta alcanzar los ocho kilómetros de distancia más o menos. O algo así. Luego nos contaba que dormía bastante a gusto.
Vivian Gornick callejeaba una vez a la semana junto a su progenitora por la ciudad de Nueva York. En sus caminatas a través de los diferentes barrios y avenidas, madre e hija se daban y se quitaban la palabra, recordando de un modo diferente esa infancia en un bloque de viviendas de familias judías en el Bronx.
Un vecino andaba a ratitos al sol: una vuelta a la manzana y después otra, por la mañana y por la tarde. Muy despacio, con cierto deje al caminar y sin salir del barrio donde también había nacido, saludaba a las vecinas y compraba la barra de pan muy tostada.
Henry Thoreau deambulaba cada tarde en compañía de un mejor amigo al menos cuatro horas diarias, libre de toda atadura. Cada caminata, una nueva cruzada.
Yo vagabundeaba un poco rápido por las calles de la ciudad a nada que tenía tiempo, algunos días a la semana. Lo desconocido y lo posible eran estímulos suficientes para salir al encuentro de algo nuevo. Me dejaba sorprender por casi todo. Caminaba, observaba y estaba entre la gente. Me desahogaba así; me libraba de congojas.
Unas vecinas quedaban a andar en grupo todos los días a primerísima hora de la mañana, con el rocío, en ese parque más allá de la M-30. Comentaban la actualizad sociopolítica, las últimas visitas al médico y cada desasosiego de forma desordenada y sin respetar mucho los turnos de palabra.
Pasear la ciudad. Recorrerla a pie para habitarla de verdad. Esto lo sé: el espacio público se usa, se conoce y se ocupa sobre todo caminando. De paseo. Andando y tomando nota de lo que ocurre en las calles. Es en ellas donde la vida sucede, donde se refleja la convivencia y el conflicto; lo bello y lo triste. Donde se hace la historia (las pequeñas historias, las grandes historias) y donde transcurre nuestro día a día. Es al caminar por las calles de la ciudad cuando establecemos nuestro propio e intransferible mapa vital: las recorremos, las adoptamos, las habitamos. Las hacemos vida vivida y las convertimos en bastante nuestras.
“La vida humana se desarrolla básicamente a pie; es a pie, fuera de los automóviles, cuando se producen las relaciones más directas e intensas de las personas con el entorno físico y social. Y, el espacio público que las acoge es el espacio cívico por excelencia, el espacio de la integración y de la coherencia social.”
JULIO POZUETA, ‘La ciudad paseable’
Pienso a menudo en esto: las calles son el lugar donde sucede la cohesión social. Y sin un espacio público saludable y de calidad, sin calles paseables, recorribles, sin calles nuestras no hay ciudad, ni interacción social, ni ciudadanía.
No estoy sola, ni mucho menos, en esta defensa acérrima de calles deseables y aceras para todas. La pensadora urbana por excelencia y activista política involucrada en muchos movimientos sociales, Jane Jacobs —la persona más influyente en esto del urbanismo de la ciudades— escribe su obra clave ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’ hace más de 60 años. Se trata de un libro no académico, escrito de manera sencilla, nada engolado, que recopila anécdotas y ejemplos tomados directamente de sus observaciones de la vida cotidiana durante sus propios paseos. Un trabajo que continúa teniendo una vigencia enorme donde Jacobs defiende aquello que tanto ama: la ciudad popular y la vida en las calles.
“Las calles y sus aceras, los principales lugares públicos de una ciudad, son sus órganos más vitales. Cuando las calles de una ciudad ofrecen interés, la ciudad entera ofrece interés; cuando presentan un aspecto triste, toda la ciudad parece triste.”
JANE JACOBS, ‘Muerte y vida de las grandes ciudades’
Jane Jacobs se encara a las élites de expertos (hombres) del momento en el campo de la planificación urbana defendiendo un tipo de diseño de ciudad centrado en las personas —“Este libro es un ataque contra el actual urbanismo y la reconstrucción urbana”—. En contraposición a esa idea de ciudad que piensa y actúa sobre ella en términos de valor de cambio, de búsqueda de beneficios, como mera mercancía sometida al dislate del mercado, Jacobs nos regala un encendido elogio de las aceras públicas como escenario para una posible, compleja y apasionante vida social. Bastante bonito esto. Ella propone un modelo de ciudad donde las calles, “prodigios de densa complejidad y compacto apoyo mutuo”, han de ser un espacio de encuentro e intercambio, con usos versátiles donde todo la ciudadanía (¡también las niñas y los niños!) tenga cabida. Y las aceras, auténticas instituciones sociales; espacios realmente socializados y socializadores. A Jane Jacobs se le venera y se le tiene bastante en cuenta tanto dentro de los movimientos sociales, como en las planificaciones municipales y en el urbanismo contemporáneo, a día de hoy. Normal.
La Asociación A Pie es una de las voces que luchan por la mejora peatonal en la ciudad de Madrid. Su objetivo es introducir al peatón en la agenda social y política en esta ciudad tan hostil. El viandante en el centro, ni más ni menos. Ellos sostienen al modo de Jane que “la libertad elemental de andar, de ir al encuentro de los demás, es el fundamento de la vida en común. Las ciudades y los pueblos se han fundado sobre esta libertad. Necesitamos la calle, los caminos, las plazas, el espacio público, para no olvidar que los demás también existen, que los demás no son faros en dirección opuesta, ni protagonistas de una noticia, sino cuerpos y vidas semejantes, esos cuerpos y esas vidas que dan sentido a todos nuestros actos.” A favor.
“En el paseo de la tarde me gustaría olvidar todas mis tareas matutinas y mis obligaciones con la sociedad.”
HENRY DAVID THOREAU, ‘Caminar’
Leo un artículo ligero donde se asegura que “estamos dejando de pasear por la ciudad”. El hecho es que muchas calles y sus aceras en la grandes urbes (o estrechas o malogradas o en obras o plagadas de mobiliario urbano de dudosa utilidad o en manos de la hostelería o cedidas a empresas de transportes compartidos o abandonadas) son difíciles de transitar y poco o nada accesibles. ¿Puede ser que pasear las ciudades sea hoy un auténtico reto urbano? ¿Son realmente nuestros paisajes urbanos caminables?
Sigo un poco más con esto. La Red de Ciudades que Caminan es una asociación internacional sin ánimo de lucro, abierta a ayuntamientos y otras administraciones públicas comprometidas con la caminabilidad. (Caminabilidad: in love). En concreto, con la idea de que la caminabilidad del entorno es algo que podemos mejorar, incluso, cambiar. Y con este objetivo de promover la transformación de las ciudades en lugares más humanos y amigables han llevado a cabo un análisis detallado sobre la movilidad peatonal en cerca de casi 500 calles en 58 ciudades españolas de todos los tamaños, Callegrafías. El estudio visualiza el exceso de espacio público reservado a los vehículos de motor: el 68% del espacio está dedica a los coches y solo 32% es para los peatones (que deben compartirlo con el mobiliario urbano, vehículos mal estacionados, obras…), una cifra que baja hasta el 25% en la periferia urbana. A la pregunta de “¿Te ha gustado caminar por el conjunto de las calles?”, el 70% de los encuestados responde negativamente, no les ha gustado nada. Otro 10% permanece indiferente. Y solo un 20% responde de forma positiva. Sobre la pregunta “¿Por qué calles te gustó más caminar?”, son las calles céntricas las que ofrecen un elevado índice de satisfacción. En los barrios no centrales, una amplia mayoría (93%) no responde de forma positiva. Otra pregunta interesante “¿Cómo de molesto es el ruido de las calles debido al tráfico a motor?”, un 62,8% de las vecinas encuestadas responden que es molesto; para un 17,5% muy molesto. Sí, buena parte de las calles urbanas soportan un nivel de ruido altísimo o bastante alto. Otra pregunta más, “¿Es esta calle un buen lugar para las personas más mayores?”: un 88% responde de forma negativa. Respuesta lapidaria. Las calles distan mucho de ser espacios amables para la gente más mayor.
Si tienes un rato, échale un ojo al informe completo que es muy interesante. Los datos mueven a la reflexión: tenemos poco espacio público para el peatón y no es un espacio de mucha calidad, así que nuestras ciudades, en general, no parecen muy agradables de pasear para las vecinas. Y a menos caminar las calles, menos interacción social y menos ciudadanía.
Como ya lo hicieran también hace algunas décadas sociólogos como Betty Friedan, Lewis Mumford, Henri Lebebvre, hemos de reclamar nuestro derecho a una ciudad popular, inclusiva, con mixticidad de usos para todas; donde ser y compartir. Hemos de demandar nuestro derecho al encuentro en el espacio público, también el derecho al tiempo, al silencio y a la vida propia. Reclamar una ciudad sana, sostenible y paseable con espacios de socialización que ayuden a la creación de vínculos estrechos entre las personas. Ciudades posibles y deseables con calles y aceras pacificadas donde las vecinas puedan compartir su tiempo y su pensamiento. ¿Te imaginas?
Es primavera ya. Sigo en ruta por el corazón de la ciudad. Hace un día bastante bonito.
🌳 Un buen paseo
Vuelvo de nuevo a la Casa de Campo de Madrid, al castizo Sitio Histórico que fulgura en verde cada primavera. Yo feliz. Este paseo tiene todo lo que me gusta: muchas sendas silenciosas, olor a lavanda, romero y tomillo, el verde que verdea, árboles singulares, arroyos misteriosos y puentes barrocos. Una caminata muy fácil de unos cuatro kilómetros de longitud y bastantes momentos de felicidad. Prometido.
Esta vez mis pasos me llevan a una zona diferente de esta gran área forestal, a la conocida como Senda Botánica de la Casa de Campo, siguiendo el curso del arroyo Meaques. Se trata de un delicioso sendero repleto de árboles con las especies más representativas de los diferentes ecosistemas del parque. Almendros, ciruelos de pissard, alcornoques, labiérnagos, robles, álamos, cipreses, fresnos, plátanos, castaños, encinas.
Te propongo una caminata que comienza en el extremo suroccidental de la Casa de Campo (me pongo precisa aquí), en la zona denominada El Zarzón. Aconsejo buscar el arroyo Meaques, será un poco nuestra guía, e irlo remontando. Vamos a pasear desde la puerta del Zarzón (entrada únicamente peatonal, aquí hemos venido a andar), muy cerca de la entrada del Zoo, hasta el metro de Lago.
Localiza nuestra puerta y nuestro arroyo, afluente del Manzanares, y continúa hasta ver el Puente Estrecho o Puente de la Culebra. Se trata de uno de los cinco puentes que construyó el arquitecto italiano Francesco Sabatini en 1782 sobre el arroyo Meaques. El más espectacular y menos conocido. Fue concebido a petición real con escasa anchura para evitar que pasaran carruajes sobre él. De trazado serpenteante, obra del barroco madrileño y rematado por diez pináculos ornamentales que le dan un aire muy elegante, es uno de los puentes más destacados de la ciudad en este género. Maravilla. Aquí, una pequeña presa remansa las aguas del arroyo Mearques creando el llamado Estanque Chico o Estanque del Tenquero, rodeado de zarzas y espesa vegetación. Dicen que es un buen sitio para ver ánades reales, pollas de agua y galápagos.
Tras cruzar el puente, muy cerca, te vas a encontrar con la Fuente del Zarzón, una de las más antiguas del parque, anterior a la República, aparece mencionada en documentos al menos desde 1898. Es una fuente de manantial, no conectada al Canal de Isabel II.
Sigue la senda hacia el Paseo de los Castaños y Paseo de los Plátanos, este bello sendero es el más emblemático de la Casa de Campo cuyo trazado ya se adivina en el cuadro de Félix Castello del siglo XVII. Encerrando entre los dos paseos un bosque exuberante trazado en la época de Felipe II, el Bosque del Ruiseñor. Continúa ahora el Paseo de los Plátanos hasta alcanzar el impresionante Pinar de las Siete Hermanas. Momento culmen del paseo. Stendhalazo máximo. Luego me explayo con el pinar.
En la Casa de Campo existen 18 Árboles Singulares que han sido catalogados como tal en función de su aspecto, altura, diámetro de copa, perímetro de tronco o antigüedad. Algunos de ellos, como el Fresno del Ahorcado o la Encina del Trillo, se encuentran justo en esta Senda Botánica. Te recomiendo pasar un rato largo admirándolos mucho antes de terminar el recorrido. Te lo mereces.
La ruta culmina en el Lago de la Casa de Campo, mi estanque artificial renacentista favorito. Pero esta ya es otra historia y otro paseo.
Creo que es algo que hemos olvidado: que la naturaleza sigue ahí fuera, rebosante, generosa, y que nos espera. Solo has de dejarte sorprender. Sigue el camino.
🌳 Un descubrimiento
Creo que me he enamorado de un pinar. Me pasa algunas veces. Con los pinares. Este descubrimiento tiene la forma de un bosque de pino piñonero (pinus pinea) con ejemplares de más de 25 metros de altura y más de 175 años de edad. Una formación compacta, de gran porte, muy, muy bella. Pinos esplendorosos con troncos que se ramifican en ramas anchas en la parte superior, formando una copa densa y aparasolada que les otorga esa forma de sombrilla tan graciosa. Un bosque tupido bajo cuya sombra han descansado mozos y mozas, guardas, incluso algunos reyes. También las miles de ovejas que los Hombres Buenos de la Mesta trajeron a la Casa de Campo durante siglos.
Situado al final del Paseo de los Castaños y el Paseo de los Plátanos, junto a la Plazuela de las Siete Hermanas de la Casa de Campo, este es el Pinar de las Siete Hermanas, uno de los lugares históricos más emblemáticos de la ciudad de Madrid. Originario del reinado de Isabel II, es un bosque con solera: se plantó a mitad del siglo XIX y aparece ya en los mapas de 1862 como un gran pinar consolidado.
Mi pinar forma parte de esos Árboles Singulares de la Comunidad de Madrid que “por características extraordinarias, por su rareza, excelencia de porte, edad, tamaño, significado histórico, cultural o científica, constituyen un patrimonio merecedor de especial protección por parte de la Administración”. Normal.
Leo que los ejemplares de cierta edad, nuestro pinos piñoneros más maduros, llevan regular no solo las podas de seguridad, sino los fenómenos climáticos extremos que están aconteciendo: el verano más caluroso desde que se tienen cifras, un otoño seco y un invierno con pocas lluvias y sin apenas frio, un frío que actúa, a su vez, en el control del desarrollo y crecimiento de las poblaciones de insectos, de las plagas. Estos eventos son cada vez más frecuentes y severos, atacan el corazón de los ecosistemas y destrozan su equilibrio.
La primorosa masa forestal está bordeada por una antigua acequia del sistema de riego desarrollado también durante el reinado de Isabel II, la Cacera Principal. Un canal que distribuía el agua por el antiguo Sitio Real y que durante décadas sirvió de refresco a las madrileñas cada verano. Hoy está en desuso. Limpiar y emplear de nuevo esta acequia sería una acción de recuperación histórica útil e interesante; un buen refugio climático y un buen ejemplo de reutilización del agua. Quiero.
Date un paseo tranquilo, perezoso, y retoza a la sombra de los pinos. En nada llegas.
🌳 Escribir la naturaleza. Algunos Libritos
Otro libro canónico. Ejerciendo de verdadera ermitaña norteamericana, la escritora estadounidense Annie Dillard (1945) escribe una obra de no ficción deslumbrante y bastante compleja sobre cada fenómeno que acontece en el mundo natural, en un valle de la cordillera de los Apalaches, en Roanoke, Virginia.
“Vivo junto a un arroyo, el Tinker, en un valle entre las montañas Blue Ridge de Virginia […] los arroyos son un misterio activo que se renueva minuto a minuto.”
ANNIE DILLARD, ‘Una temporada en Tinker creek’
En ‘Una temporada en Tinker creek’ la autora, en verdadero estado de gracia, casi en éxtasis, explora los alrededores de su morada “con temor y temblor”, observando fascinada y paciente. Y comparte así, en una prosa riquísima y exuberante, sus meditaciones metafísicas, sus temores, sus miedos, y sus pensamientos acerca de la esencia última de la naturaleza; la belleza y el horror que en ella se entremezclan.
Este artefacto estético y controvertido, Premio Pulitzer de Ensayo, es uno de los libros más influyentes en este género amable del escribir la naturaleza. De belleza inaudita. También muy sesudo. Lo recomiendo para vacaciones largas o para momentos de búsqueda, de lo que sea.
Un ensayo que es naturaleza salvaje. Naturaleza total.
🌳 Arte natural
La pintora realista Isabel Quintanilla (1938 -2017) desplaza el caballete hasta la zona exterior. Lo coloca esta vez en el patio/jardín de su casa; un rincón sagrado, íntimo. Uno de sus lugares habituales de trabajo, retraimiento e inspiración.
Quintanilla gusta de cultivar diferentes especies de árboles y de flores en el patio/jardín que luego pintará al modo de Claude Monet o Gustave Caillebotte. Planta pensamientos, lirios y una higuera. Disfruta el arte de la jardinería. En ese espacio, que es una extensión de la casa, se siente protegida del mundo exterior. En calma. Y allí pinta con técnica rigurosa, con impresionante técnica, la naturaleza que tiene más a mano, su naturaleza doméstica.
Está familiarizada con las vanguardias, pero pronto se inclina por el realismo dentro de la tradición española, que siente como algo más propio y cercano. Y pinta su entorno. No concibe pintar algo que no forme parte de su realidad y se consagra a esta pintura de proximidad: pinta un bodegón, un interior doméstico o un patio. Su pintura es su vida y su vida es su pintura. Una pintura autobiográfica.
El Museo Thyssen-Bornemisza dedica por primera vez una exposición monográfica a una artista española y resitúa en la historia del arte a esta maestra del realismo contemporáneo con una muestra exhaustiva —de unas 90 obras— y muy bella. La precisión y detalle de las obras de Quintanilla estremece. Tienes hasta el 2 de junio de 2024 para disfrutar en cada sala de esta magia natural del arte. Recomiendo mucho.
Me estoy alargando. Solo añadir que a la exposición de Isabel Quintanilla —que vino precedida de la fascinante ‘Maestras’— van a seguir este año otras muestras dedicadas a artistas mujeres como Rosario De Velasco, de nuevo, una pintora figurativa, y a la pintora expresionista alemana Gabriele Münter. Bastante bien el Museo Thyssen aquí.
Terminé. Felices, largos y amorosos paseos.
🎧 Esta cancioncita sonó muchas veces mientras escribía este duodécimo paseo.
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[*Créditos
🌳 Lanzarse al camino. Pintura ‘Almendro en flor’ (1890). Vincent Van Gogh. Museo Van Gogh, Amsterdam.
🌳 Un buen paseo. Pintura ‘Almendro en flor’ (1888-1889). Joaquín Sorolla. Museo Sorolla.
🌳 Un descubrimiento. Pintura ‘Los almendros en flor’. Darío de Regoyos y Valdés (1902 ). © Colección Carmen Thyssen-Bornemisza.
🌳 Escribir la naturaleza. Algunos Libritos. Pintura ‘Blossoming Plum and Camellia in a Garden’. Kano Kōi (1636). National Museum of Asian Art.
🌳 Arte natural. Pintura ‘Fiesta de contemplación de los cerezos en flor en Asukayama’. Asukayama hanami (1830-1843). Museo Nacional del Prado.]
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