“Caminar es una manera de mantener un bastión contra esta erosión de la mente, el cuerpo, el paisaje y la ciudad. Y cada caminante es un guardia que patrulla para proteger lo inefable.”
REBECCA SOLNIT, ‘Wanderlust’
🌳 Lanzarse al camino
Remuevo con mis pies y llego a oler la tierra seca del camino, las higueras dulzonas, el aroma crujiente de los pinos. Cierro los ojos y aspiro profundo el perfume del campo mediterráneo; el aroma a brezo y a genista que inunda el recorrido.
Pegadita a la orilla, admiro el asombroso paisaje y sigo la senda de este universo de mar y de roca. ¿Quién nos guía por lo bello? ¿Qué decide el paseo que se toma, la vereda que se escoge?
Hubo un tiempo en el que demostrar el gusto correcto, adecuado por el paisaje era un requisito social casi tan valorado como bordar con soltura o escribir una carta con el encabezado acertado. Sí, en la Inglaterra de finales del siglo XVIII la simple contemplación del paisaje era considerada una ocupación de vital importancia para las clases cultivadas. Y fuente de deleite. Esta afición por el entorno, por admirarlo, degustarlo y luego hablar mucho sobre ello, era un signo de refinamiento y de distinción.
Una suerte de turismo aristocrático en búsqueda de bellos lugares comenzaba a surgir en el Distrito de los Lagos, Gales, Escocia. Con la demanda de este tipo de nuevos placeres sobrevino la demanda de información (qué se debe ver y dónde se encuentra) y surgieron las primeras guías de viajes. Entre aquellos primeros tratados, destacaron por su enorme éxito y predicamento las obras del clérigo William Gilpin, (Carlisle, 1724-1804) que aconsejaban también cómo mirar. A nuestro Gilpin le deberemos a partir de ese momento la generalización del adjetivo “pintoresco”. Yo soy usuaria preferente.
William Gilpin enseñó a sus coetáneos a pasear y mirar el paisaje como si se tratara de una obra pictórica. De un cuadrito. El voluntarioso clérigo describió en contagiosos y detallados relatos –que acompañaba de aguadas– las maravillas de la naturaleza, señalando esos lugares que debían visitarse de forma ineludible. Pero enfatizando no tanto los paisajes grandiosos, los escenarios grandilocuentes como aquellos de formas curiosas, singulares. Vamos, la belleza pintoresca. La belleza salvaje, áspera, compleja, intrincada. Una guía de lo diferente.
“No debes preguntar demasiado, Marianne; recuerda, no sé nada de lo pintoresco, y te ofenderé con mi ignorancia y falta de gusto si entramos en detalles. ¡Llamaré empinadas a las colinas que debieran ser escarpadas! Superficies inusuales y toscas, a las que debieran ser caprichosas y ásperas; y de los objetos distantes diré que están fuera de la vista, cuando sólo debieran ser difusos a través del suave cristal de la brumosa atmósfera. Tienes que contentarte con el tipo de admiración que honestamente puedo ofrecer.”
JANE AUSTEN, ‘Sentido y sensibilidad’
Estos primeros turistas pintorescos (sí) con sus mejores trajes de tarde, caminaban y caminaban con el objeto de hallar siempre las mejores e inusuales vistas. En busca de lo bello, para que lo bello les atrapara.
Mi paseo continúa por el litoral. Ronda los abruptos acantilados, bordea la costa salvaje, atraviesa cuevas marinas, desciende hasta breves calas de agua azul, azul turquesa y descansa en pequeños puertos pesqueros. La belleza inusitada. Voy perfumadita de brea.
🌳 Un buen paseo
Cales i camins de ronda. Sueño cumplido. Esta vez el paseo me lleva al mejor sitio posible: a las villas marineras del Baix Empordà. Y a sus caminos.
Estas rutas milenarias, estos caminos de ronda se utilizaban para la comunicación de la costa (de los pueblos, las calas, las puertos) desde épocas remotas. También garantizaban a los pescadores el retorno seguro a los puertos de origen en el caso de que su barca naufragara contra las rocas. Me cuentan que en el s.XIX y en el s.XX, estas sendas se popularizaron al ser el itinerario utilizado por las fuerzas del orden para para realizar “la ronda” y controlar actividades ilegales como el contrabando y el estraperlo en el bello litoral gerundense. Parece ser que al atardecer, algunos barcos de gran tonelaje en sus rutas internacionales se acercaban a la orilla, y sin atracar en ningún puerto, disminuyendo la velocidad, descargaban la preciada mercancía en pequeñas barcas de pescadores que después escondían en recovecos de la abrupta costa. En la cala del Port d’Esclanyà, el chalet de sa Perica en Tamariu, la cueva del Tabac, la playa de El Golfet…
Estos camins bellamente trazados que transcurren a lo largo de la Costa Brava –desde Blanes a Portbou– comunican diferentes poblaciones y son la forma perfecta de hacerte con el paisaje y de descubrir esos rincones pintorescos de imposible acceso de otro modo que no sea a pie. La manera de dejarte deslumbrar por la naturaleza más salvaje y echar a andar. Irresistibles y sin posibilidad de pérdida.
Mis vagabundeos esta vez toman Calella de Palafrugell como punto de partida. Mi primera vez en uno de los pueblos más bonitos del mundo. De verdad.
Aconsejo (mucho) seguir las sendas del litoral en ambas direcciones. Esta vez voy a hablar de dos rutitas diferentes. Las que yo hice; las mías. La primera lleva desde la cala de Sant Roc (mi cala preferida, con sus barracas de pescadores y sus puertas de colores) a la playa de El Golfet (la del contrabando). Un caminito especialmente agreste, brutal. Que permite disfrutar de una vista única del frente marítimo de Calella, bordear la costa salvando desniveles con escaleras, ver de cerca las islas Formigues –donde en 1285 se libró la batalla naval que acabó con la flota de Felipe III, el Atrevido–, descubrir fascinantes formaciones rocosas como la Punta dels Forcats, la Agulla del Golfet… y llegar al paraíso: la playa de arena gruesa de El Golfet. Sugiero aquí calzado cómodo y bañador. Vamos, probar cada una de las calas que te sorprendan en el paseo. Y si tienes un ratito más, abandonar brevemente la senda y continuar hasta el jardín botánico de Cap Roig. Estos jardines, con más de 800 especies botánicas de todo el mundo a la orilla del mar, son el bello legado al mundo de la aristócrata inglesa Dorothy Muriel Webster y fruto de una gran historia de amor. Pero esto da para otro paseo. Me lo guardo.
La segunda ruta parte de nuevo de Calella de Palafrugell, atraviesa sus deliciosos recodos, sus recoletas calas y sus puertos pesqueros justo por la orilla del mar (Port Pelegrí, la Platgeta, Port d'en Calau, Port Bo y sus porches (les voltes), Port de Malaespina y el Canadell) y sigue el camino de ronda dirección Llafranc, la bonita villa marinera.
Este primer tramo continúa los acantilados, frente al mar y permite disfrutar de la tranquilidad del entorno. Y casi no pensar en nada: solo en rocas de plomo, de canela y en agua salada. Siguiendo el camino a pie se alcanza la preciosa bahía de arena fina de Llafranc (la que fuera la Marbella de la Costa Brava en los años 60 y 70, el centro neurálgico de la bohemia) y se llega al puerto pesquero. Ahora sí, hay que superar cierto desnivel, un tramo importante de escaleras y seguir hasta la montaña de Sant Sebastià. El esfuerzo se verá recompensado, prometido. Te esperan algunas de las cosas que a mí más me gustan en la vida: vistas panorámicas de Calella y Llafranc, un faro con el mejor restaurante japo de la zona y un conjunto monumental con un yacimiento íbero y ruinas ancestrales, el Conjunt Monumental de Sant Sebastià de la Guarda. Recomiendo una parada reposada aquí, sin prisas, hasta otear las barcas de los pescadores alejarse en el horizonte y percibir levemente la curvatura de la tierra. Stendhalazo asegurado.
Hay muchísimos caminos por rondar, pero estos fueron los míos. Continúa la senda. En nada llegas.
🌳 Un descubrimiento
Esta vez, la sorpresa vino de la mano de un museo entero: de un museo de escultura, el Museu d’Escultura Contemporània Can Mario, en Palafrugell pueblo, en la fascinante provincia de Girona. Recomiendo mucho perderse por Palafrugell, tan cerquita del mar, a tan solo tres kilómetros; en el fértil valle del Aubi, entre el macizo de Les Gavarres y las montañas de Begur. El corazón comercial y cultural de la comarca.
Esta es una gran historia que empieza, como todas, mucho mucho antes: cuando Palafrugell era una localidad dedicada de pleno a la manufactura del corcho. Este recurso natural, que viste los bosques de Les Gavarres, fue el motor económico durante décadas de toda la comarca, que llegó a contar con 83 fábricas dedicadas a tal industria, ocupando a más de 12.500 trabajadores en la zona. Un gran tejido.
El industrial Joan Miquel y Avellí (Palafrugell, 1875- 1934) funda en su municipio con varios socios alemanes la corchera Miquel & Vincke en 1900 (que finalmente terminará fusionada con una fábrica americana dando lugar a las Manufacturas del Corcho Armstrong S.A., en 1930). La empresa llegó a ser la fábrica de corcho más importante del mundo, y por ella pasaron generaciones y generaciones de vecinos de la comarca a lo largo de más de 100 años. Los locales se refieren a la fábrica con el nombre popular de Can Mario. Y con cariño.
Y esta icónica empresa manufacturera es hoy un espacio fascinante para la contemplación y el desarrollo artístico, un museo de arte contemporáneo que junto con la modernista Torre del Agua Can Mario –obra del arquitecto General Guitart i Lostaló, declarada en 2000 como Bien Cultural de Interés Nacional– y el Museo de Corcho, completan el singular emplazamiento.
Ha sido la Fundació Vila Casas, dedicada a promocionar el arte contemporáneo catalán, la encargada de restaurar el fascinante edificio y de convertir Can Mario en uno de los museos de escultura más increíbles que yo conozca. Desde su inauguración en 2004, acoge alrededor de 220 esculturas de artistas catalanes de varias generaciones: desde escultores históricos como Joan Miró o Antoni Tàpies, hasta artistas de trayectoria más reciente, como Jaume Plensa y Mayte Vieta.
Para las pesaditas de la arqueología industrial (yo) el descubrimiento de un edificio de enormes dimensiones con un pasado histórico tan apabullante es la pera. Si además, el empaque y calidad del contenido artístico es tan relevante, atrevido y sorprendente como sucede en Can Mario, se convierte casi en mi sorpresa del año. Casi.
Date un paseo. Verás.
🌳 Mujeres paseantas
Estas mujeres que pasean juntas, descalzas, con sus vestidos largos –y tan blancos– por la playa danesa de Skagen son Anna Kirstine Brøndum Ancher (Skagen, 1859 -1935) y Marie Triepcke Krøyer Alfvén (Frederiksberg, 1867- Estocolmo, 1940).
Dos mujeres amigas, dos amigas artistas, que disfrutan en compañía del placer de pasear al aire libre, abriendo su mirada al mundo y disfrutando de la belleza de la naturaleza. De lo bello, juntas.
Anna Ancher, la pintora nórdica de la luz, asociada con la comuna de pintores de Skagen, es una de la grandes artistas danesas. Su característico estilo pictórico basado en la precisa observación de la interacción de la luz natural sobre los objetos y las personas, en la exploración de la luz y el color, la ha convertido en una referencia en el arte nórdico moderno. Sus pinturas sobre temas sencillos de la vida cotidiana, de la gente del medio rural, de pescadores, mujeres y niños estremecen por su gran belleza
Marie Triepcke, artista plástica, arquitecta, diseñadora de interiores y de mobiliario, es una alumna avezada del movimiento Arts & Crafts. Marie pinta aunque siente que no alcanzará como mujer pintora nada realmente grande. Su talento como artista acabará siendo revelado muchos años más tarde.
Anna y Marie se conocen en clases de dibujo, en el taller de Pierre Puvis de Chavannes, pintor simbolista y fundador de la Société Nationale des Beaux-Arts. Y descubren una al lado de la otra el Impresionismo y el Naturalismo y su amistad dura para siempre. Ambas rompen varias convenciones de su época y construyen espacios propios, también en el espacio publico, al aire libre. Allanando el camino a la siguiente generación de pintoras. Ellas pasean juntas.
🌳 Escribir la naturaleza. Algunos Libritos
“Creo que no podría mantener la salud ni el ánimo sin dedicar al menos cuatro horas diarias, y habitualmente más, a deambular por bosques, colinas y praderas, libre por completo de toda atadura mundana.”
THOREAU, ‘Caminar’
He esperado algo de tiempo antes de traer aquí al clásico entre los clásicos. A Thoreau y su ‘Caminar’. Pero ahora, de vuelta al caos urbanita, tan desalmado, siento que este breve ensayo, la oda a la filosofía del deambular, tiene incluso más sentido que nunca.
Henry David Thoreau (1817-1862), ya sabéis, era a un tiempo poeta de la naturaleza y un crítico social. Un audaz culo inquieto. Su famoso acto de desobediencia civil, su rechazo a pagar impuestos que respaldaran tanto la guerra como la esclavitud, le llevaron a prisión. Y su salida fue celebrada con una gran caminata sin rumbo fijo, durante horas y horas. Un paseo en grupo como el acto revolucionario más poderoso y último. Y es que este asunto del caminar, quieras o no, te lleva inevitablemente a otros temas.
Para Thoreau, el caminante es una categoría social más antigua y honorable que la de caballero. El Caminante Andante. El ensayista, topógrafo y disidente defiende aquí su pensamiento salvaje e insiste en que cada caminata es una especie de cruzada y nos urge a ponernos en marcha y a reconquistar la naturaleza a los infieles.
Recomiendo mucho. Casi me sé este librito de memoria.
🌳 Arte natural
Y termino casi ya. Con otro bello encuentro entre el arte y la naturaleza: la propuesta expositiva ‘¡Cuánto río allá arriba!’ de Asunción Molinos Gordo (1979, Aranda de Duero, Burgos, España). El trabajo de esta investigadora y artista visual se centra en el campesinado contemporáneo. Sí, ella entiende la figura del agricultor, del trabajador y la trabajadora del campo no solo como productores de alimentos sino también como agentes culturales y agentes de cambio, responsables de perpetuar el saber tradicional y todo su conocimiento. En sus obras ha reflexionado a lo largo de estos años sobre el uso de la tierra, las huelgas de los campesinos, la transformación del trabajo rural, la biotecnología y el comercio internacional de alimentos.
Su última propuesta –que pudo verse hace unas semanas en la maravillosa galería Travesía Cuatro– habla de los miles de usos que ha tenido el agua a lo largo de la historia, a través de un conjunto escultórico creado por la suma de elementos populares de la alfarería: cántaros, cántaras, botijos, cantimploras, jarras, barreños. Una belleza.
Objetos antes imprescindibles en la vida cotidiana de muchas personas, que hoy en día son adornos o reliquias del pasado, solo valoradas etnográficamente.
Yo os invito a seguirle la pista a Asunción Molinos. Andando a ser posible.
Y terminé. Felices paseos.
🎧 Esta cancioncita sonó muchas veces mientras escribía este quinto paseo.