“Emprender un paseo así es uno de los mayores placeres que conozco. Luego siempre me siento liviana y despreocupada como un pajarillo, y olvido todos los pesares del mundo gracias al aire libre, las flores, el verde de los árboles, el azul de las olas: hago mía la vida de la naturaleza.”
FREDRIKA BREMER, ‘Los Vecinos’
🌳 Lanzarse al camino
Siento aprecio infinito por las veredas desordenadas, humildes, enmarañadas. Sendas serenas de árboles añosos. Las que me tropiezo sin querer y continúo sin apenas pensarlo. Camino por instinto y sigo el ritmo involuntario del cuerpo, de la respiración. Libre para pensar sin perderme del todo. ¿Dónde terminará este sendero bastante misterioso?
Y sigo dándole vueltas a esto del caminar. Un sorprendente número de personas piensa en ello todo el rato, no creas. En este modesto gesto de ir poniendo un pie tras otro. Un gesto austero, sencillo, sobrio que puede resultar revolucionario. Sí.
El 12 de marzo de 1930, Mohandas Karamchand Gandhi (Porbandar, 1869 - Delhi, 1948) abandona su retiro religioso cerca de Ahmedabad y junto a un puñado de fieles seguidores (78, en concreto) se echa a los caminos y comienza a andar. En silencio, juntos, inician una marcha por senderos polvorientos. Esta sí, una marcha histórica: 385 kilómetros a pie por un puñado de sal. La Marcha de la sal, la Marcha de Dandi o la Satyagraha de la sal fue un gran acto de desobediencia civil contra el monopolio británico en la colonia; contra un impuesto sobre una materia prima, la sal, que afectaba a los estratos sociales más desfavorecidos de India. Este monopolio obligaba a todo consumidor a pagar un impuesto elevado sobre un producto de primera necesidad, al mismo tiempo que prohibía recolectarla y venderla. Caminar caminos para poner en evidencia la opresión extranjera basada en el expolio de los recursos locales. Imagina.
La comitiva anduvo muy, muy despacio durante casi un mes: en cada aldea, en cada poblado gobernadores locales y población se sumaban a la marcha. El objetivo de la caminata era llegar hasta los depósitos salinos de Dandi Gujarat, en la costa del golfo de Khambha, fuertemente custodiados por el ejército británico, y evidenciar la fortaleza de muchas personas desarmadas caminado juntas. Gandhi llegó a orillas del Índico, se agachó y tomó un puñado de esa sal prohibida para "sacudir los cimientos del Raj Británico" y fue arrestado. Medio millón de personas compartieron camino junto al Mahatma (y algunos su suerte) en algún momento de esta expedición, en la primera manifestación anticolonialista y germen de movimientos de masas del siglo XX. Y luego, un poquito más tarde, India se independizó. Esta travesía-protesta pacífica será emulada muchas veces a lo largo de la historia de los movimientos sociales, en defensa de las libertades y en la conquista de derechos.
Caminar en sí igual no ha cambiado nunca el mundo, pero caminar juntas, juntos, ha sido un rito catártico, un mecanismo de reforzamiento de la sociedad civil, de vindicación de los espacios públicos, de las calles. Una prueba de fuerza. Un asunto importante.
La mañana de Año Nuevo de 1999, Doris Haddock (Nuevo Hampshire, 1910 - Nuevo Hampshire, 2010) de ochenta y nueve años de edad, sale también a caminar en Estados Unidos por carreteras de asfalto, para exigir reformas en la financiación de las campañas políticas. Un asunto que afectaba a la democracia real y molestaba bastante a Doris, Granny D.. Esta fue una caminata larguísima, relevante, que comenzó en Pasadena (California) y terminó en los escalones del Capitolio, en Washington. Allí en la capital, Doris, ya con noventa años de edad, alcanzó su meta catorce meses y 5.150 kilómetros después. Una multitud arrobada de 2.200 personas decidió acompañarla (también varias docenas de miembros del Congreso estadounidense) en los últimos kilómetros de este arduo camino en protesta por las contribuciones privadas a las campañas electorales. Y juntas fueron escuchadas. Un extenso paseo que captó la atención de los medios y el interés ciudadano.
Dice Rebecca Solnit: “una población secuestrada o pasiva no es en realidad ciudadana”. El 15 febrero de 2003, treinta millones de personas de casi ochocientas ciudades del mundo salieron a andar juntas en contra de la guerra en Irak. Una caminata inesperada, global, que dio pie a que The New York Times acuñara una expresión para definir a la nueva sociedad civil andando y protestando junta: “el otro superpoder del mundo”, en oposición a la lógica de la “primera superpotencia” promovida por la administración Bush. En Barcelona marcharon juntas, juntos, contra la guerra un millón trescientas mil personas. En Londres, cerca de dos millones de ciudadanos desfilaron muy pegaditos por el centro de la ciudad para converger en un mitin contra la guerra en Hyde Park. Tres millones de personas caminaron codo con codo en Roma, cien mil en París, dos millones en Madrid. Marcharon juntos por la paz en Montevideo, Mostar, Sfax, Túnez, donde los manifestantes fueron agredidos por la policía. La paz estaba en la calle. El objetivo era encontrar formas de influir en las instituciones, incluidas las instituciones internacionales y el derecho internacional, y desarrollar conciencias personales reflexivas para poder liderar y convivir desde la paz en lugar de desde el miedo.
Bueno, ese día, esa gran oposición mundial protestando junta, esas caminatas no detuvieron la guerra contra Irak, aunque sí modificaron algunos parámetros y cambiaron un poco el mundo. Y no dejó de escucharse alto y claro, sin dudas: “No a la guerra”. Ni de defenderse la dimensión humanista que esta máxima encarnaba.
Yo paseo sola por sendas enmarañadas pero también camino con mis amigas por futuros angostos. Caminamos juntas. Desde el Women's Sunday (querida Emmeline Pankhurst) hasta la Plaza de Colón. Un paseo largo, lento. Juntas. No tenemos prisa.
🌳 Un buen paseo
Hoy mi paseo es aquí, muy cerquita. Un paseo fácil por mi sitio feliz en Madrid: el Campo Grande del parque del Retiro.
El ensayista Henry David Thoreau decía que existe “una especie de armonía entre las posibilidades del paisaje en un círculo de diez millas (unos dieciséis kilómetros) a la redonda –los límites de una caminata vespertina– y la totalidad de una vida humana. Nunca acabas de conocerlos por completo”. Pues estas son mis diez millas y nunca termino de abarcarlas en su totalidad. Hay muchas formas de disfrutar del histórico parque de Madrid. Te voy a contar la mía.
La revolución de septiembre de 1868 –La Gloriosa–, que destrona a Isabel II, implicó también la pérdida para la Corona de algunos Reales Sitios, como la antigua Real Posesión del Buen Retiro, que se convertía por fin en un parque público. Madrid era una fiesta. Se plantaron numerosos árboles, se amplió el antiguo Zoo, se diseñó un Paseo de Coches para los carruajes, se adornó la parcela con construcciones románticas, con bellas verjas. El nuevo espacio se transformó en el lugar preferido de los madrileños, las madrileñas; el sitio perfecto para disfrutar de espectáculos, exposiciones, refrigerios. El rincón para ver y dejarse ver.
Ya en su origen, cuando se crearon los jardines del Buen Retiro en el siglo XVII, existía un basto espacio sin ajardinar, salvaje, conocido como Campo Grande. Un lugar reservado a los reyes para la práctica de la caza menor, que conservaba aún la vegetación silvestre propia del lugar y se mantenía casi sin ningún tipo de reforma. Y en 1877, siendo El Retiro ya un parque municipal, llega el momento de remodelación de mi sitio favorito. El director de Paseos y Arbolados de Madrid, Eugenio de Garagarza y Dugiols (1825-1899), ingeniero agrónomo, apasionado de veredas y caminos, tenía un plan: un proyecto de jardín paisajista siguiendo el modelo de los delicados jardines ingleses, en los que se recreaba la naturaleza idealizada. Un bello vergel para este amplio rectángulo agreste, de dieciséis hectáreas y diez áreas, limitado por el norte por el Estanque Grande, y en el este y sur por el Paseo de Coches. Mi zona de vagabundeo.
Sobre un terreno desigual de distintos niveles, Garagarza traza todos los elementos característicos de un jardín de este tipo: una ría de cuatrocientos cincuenta metros, con isletas, puentes rústicos, grutas, cascadas y un estanque. Caminos sinuosos, entre amplias praderas y multitud de especies arbóreas capaces de generar escenas pintorescas. Stendhalazo.
Pocos años después, para completar la belleza de la zona, se diseñan dos importantísimos pabellones. Sí. Para la Exposición Nacional de Minería, Artes Metalúrgicas, Cerámica y Cristalerías de 1883, el Ministerio de Fomento encarga al arquitecto Ricardo Velázquez Bosco construir un edificio permanente a la altura del magno evento, que pudiera utilizarse más adelante para otras exposiciones. Se elige como emplazamiento nuestro Campo Grande. El 30 de mayo de 1883, Alfonso XII, en compañía del rey de Portugal, Luis I, inaugura la muestra y el maravilloso Palacio de Velázquez. Un edificio cercano al historicismo neorrenacentista, donde Velázquez Bosco experimenta con materiales diversos como el hierro o el cristal, ornamentándolo con azulejos, obra de Daniel Zuloaga. Una heterodoxa fantasía.
Para acoger de nuevo otra muestra, la Exposición de Filipinas de 1887 fue preciso construir otro pabellón central, un magno invernadero realizado también por Ricardo Velázquez Bosco. Un bellísimo Palacio de Cristal, "la mejor pieza de hierro y cristal con que cuenta nuestro país", en el que poder exhibir ejemplares característicos de la vegetación de tan lejano archipiélago; plantas y animales exóticos. Esta obra, la más bella del parque remata el Campo Grande. A sus pies, un lago artificial, con su surtidor central, sus caprichos románticos, sus cisnes negros y sus fascinantes cipreses de los pantanos, con los troncos y raíces sumergidas bajo el agua.
En la actualidad, ambos edificios albergan salas de exposiciones del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Las muestras, que incluyen retrospectivas de artistas contemporáneos e instalaciones producidas para los propios espacios, son gratuitas. De los mejores secretos de Madrid.
Recomiendo iniciar esta excursión sencilla en busca de las huellas del pasado paisajista, esta caminata entre los senderos del Campo Grande al encuentro de sus caprichos, de su Isla ovalada, de sus puentecillos por el Paseo de Julio Romero de Torres. Dejarse llevar por los caminos que desembocan en el Palacio de Cristal y sentir el paisaje. Este es un paseo que tiene también algunas de las cosas que más me gustan: senderos curvos, rinconcitos pintorescos, suaves laderas perfectas para remolonear, árboles añejos (el palosanto, el cedro deodara, el ciprés de los pantanos, el tejo), rías misteriosas y un lago. Grutas, puentes, cisnes negros y grandes ecos de romanticismo.
Date un paseo fácil. Y solo disfruta. En nada llegas.
🌳 Un descubrimiento
Mi descubrimiento esta vez viene en forma de estatua homenaje, enclavada en pleno Campo Grande, a un enamorado de los árboles. Un montón de monumentos escultóricos salpican las veredas del parque.
En el propio Paseo de Julio Romero de Torres se ubica esta estatua, un sencillo busto de mármol. Un monumento en reconocimiento al ingeniero de Montes y patriarca forestal, Ricardo Codorníu y Stárico (Cartagena, 1846 - Murcia, 1923) referente para el primigenio movimiento ecologista de nuestro país. Miembro de una interesantísima saga de políticos, empresarios, intelectuales e inventores –abuelo materno de Juan de la Cierva Cordorníu, inventor del autogiro–, el buen Ricardo Cordorníu luchó contra la habitual inercia, contra la indiferencia por la naturaleza que nos rodea, contra la barbarie antiforestal. Y así fue conocido y reconocido por sus pares.
Un tercio (17.500) de las especies de árboles documentadas en el mundo están actualmente en peligro de extinción, según el Informe del Estado de los Árboles publicado por la organización Botanic Gardens Conservation International. Esto es bastante impactante. Magnolias y dipterocarpos están entre los más amenazados, junto a robles, arces y ébanos. El cambio climático y el clima extremo, además de las prácticas de explotación intensivas de los recursos naturales son grandes amenazas para las especies de árboles en todo el mundo. A medida que cambia la temperatura muchos árboles corren el riesgo de perder áreas de hábitat adecuado para su supervivencia.
En la ciudad, la mayoría de la gente no se fija en los árboles, o solo los ve cuando son talados. Para muchos de nuestros contemporáneos, no se trata de objetos vivos. Esta idea, evidentemente falsa, es fruto de la discreción y el silencio propios de estas plantas.
FRANCIS HALLÉ, ‘La vida de los árboles’
El busto de Ricardo Codorníu y Stárico se erige sobre un pedestal de granito con forma troncopiramidal, en el que destaca el escudo del Cuerpo Nacional de Ingenieros de Montes y esa máxima: “Apóstol del árbol”. Esta humilde estatua que se eleva en un entorno privilegiado es el reconocimiento a la labor en defensa del medio ambiente que hizo Don Ricardo a lo largo de toda su vida: por su defensa a ultranza de la conservación de los montes, ayudando en reforestaciones, repoblaciones, dedicando su vida a la difusión y enseñanza del medio forestal.
Amante de las arboledas, date un paseo. Verás.
🌳 Escribir la naturaleza. Algunos Libritos
Otro clásico contemporáneo por aquí. Esta vez, sobre pensadores que caminaron bastante. ‘Andar. Una filosofía’ (Taurus) de Frédéric Gros es otra de esas lecturas que van sobre andar a pie pero que luego tratan sobre un montón de cosas. Gros, profesor de Filosofía y de Pensamiento político, es un ensayista adalid de la corriente lenta, de la corriente slow; entusiasta del vivir despacio y bien. El escritor francés defiende en estas páginas que descubrir el placer de andar hoy es algo totalmente exótico. Al caminar apreciamos una dimensión de la existencia que en la actualidad está prácticamente proscrita: la lentitud, la presencia física. Y da bastante paz su texto.
"Para ir más despacio no se ha encontrado nada mejor que andar. Para andar hacen falta ante todo dos piernas. Todo lo demás es superfluo. ¿Quieren ir más rápido? Entonces no caminen, hagan otra cosa: rueden, deslícense, vuelen.
Andar no es un deporte."
FRÉDÉRIC GROS, ‘Andar. Una filosofía’
Sí. Nietzsche, Kant, Rousseau, Rimbaud, Thoreau, Stevenson… todos fueron caminantes tenaces. Muchos de ellos convirtieron las montañas y los bosques en su lugar de trabajo. Literalmente. Salían con sus cuadernos y sus lápices y se perdían en la distancia para dar con nuevas ideas, con nuevas fórmulas. La soledad frente la naturaleza era una de sus condiciones para crear.
“Pensar caminando, caminar pensando, y que la escritura no sea sino la pausa ligera, como descansa el cuerpo que camina mediante la contemplación de los grandes espacios.”
FRÉDÉRIC GROS, ‘Andar. Una filosofía’
Recomiendo el librito. Una auténtica apología del deambular como a mí me gusta.
🌳 Arte natural
Imagina una obra de arte excavada en el interior de un faro en desuso. Una intervención escultórica en un lugar evocador, remoto, salvaje; como un gran abismo marino entre las aguas del océano. Los estratos geológicos y el agua que golpea invitan al visitante al recogimiento. Este espacio sobrecogedor nos protege. El arte como refugio.
Nos vamos de paseo en barco a la Isla de Santa Clara, Santa Klara uhartea, en Donostia. En el breve trayecto que separa el puerto viejo del islote sentimos las olas, nos mojamos la cara, contemplamos los acantilados y avistamos los senderos. En lo alto, el faro misterioso.
Ensimismados. Vamos a ver por primera vez Hondalea, profundidad abisal, la obra de grandes dimensiones que la escultora Cristina Iglesias ha ideado para este espacio excepcional, para la Casa del Faro, inspirándose en la geología de la costa vasca, en el flysch. De bronce y de mar. Un trabajo con el que la artista quiere llamar la atención sobre la necesidad de proteger nuestras costas, nuestros mares, nuestros lugares felices. El paisaje también es la obra.
Esta es una instalación sostenible y pública, que dialoga con la naturaleza. Y un ejercicio de recuperación de un enclave mágico, muy especial para vecinos y vecinas. Otro sitio de verdad fascinante.
A esta isla desierta se puede llegar en barco y también nadando. Yo lo hacía de pequeña. Te recomiendo mucho la escapada.
Y terminé. Felices paseos.
🎧 Esta cancioncita sonó muchas veces mientras escribía este séptimo paseo.