“Shirley convenció fácilmente a Caroline para que paseara con ella y, cuando se hallaban ya bastante lejos, en el tranquilo camino que atravesaba la vasta y solidaria extensión de tierra del ejido de Nunnely, consiguió que conversara con igual facilidad.”
CHARLOTTE BRONTË, ‘Shirley’
🌳 Lanzarse al camino
Soy de río. De una pequeña ciudad que se despierta cada mañana desdibujada por la niebla que arroja su río. De un municipio de interior que se sobresalta cada año en época de deshielo con la crecida de su caudaloso río, mientras observa con renovada sorpresa los recodos que el torrente va salvando y anegando a lo largo de todo el recorrido. De una capital de provincia que pasea ensimismada cada atardecer por las riberas del gran río; que admira y protege sus enmarañados sotos, que otea el vuelo bajo y la pesca del martín pescador, de la aguililla calzada, de la garza imperial.
Paseamos entre sauces, entre chopos, a la vera de nuestro río y seguimos los caminos del agua. Merendamos en el río. Nos besamos en el río. Al río y a sus afluentes les cantamos. La ciudad es tan solo uno de los paisajes, una de las partes de ese majestuoso río. Nació mirándolo. Y es este quien le da origen, sentido.
Soy de río y allá a donde voy sigo los senderos, vagabundeo y busco arroyos, corrientes, desembocaduras, canales, pozas, fuentes. Agua dulce. Me chiflan los ríos.
El escritor, periodista, humorista y aventurero Mark Twain (Misuri, 1835- Connecticut, 1910) fue también aprendiz de piloto en un enorme vapor navegando por el río Misisipi, antes de la Guerra de Secesión. Ese tiempo, ese trabajo —lo confesó más tarde— fue el más feliz de su vida: “la maravillosa ciencia de pilotar esas aguas. Creo que no ha habido nada igual en todo el mundo”.
Le chiflaba su río. Y es que durante la juventud de Twain la navegación fluvial era el motor económico de esa parte de la nación y el Misisipi, uno de los espacios inaugurales del imaginario estadounidense. Y de nuestro escritor.
“Cuando era pequeño, solo existía una ambición permanente entre mis compañeros de Hannibal, Misuri —nuestro pueblo—, situado en la orilla oeste del Misisipi: ser tripulante de un barco a vapor.”
MARK TWAIN, ‘Life on the Mississippi’
Samuel Langhorne Clemens (este era su nombre), el autor de ‘Las aventuras de Tom Sawyer’ (1876) y ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’ (1884) era tan, tan de río que tradicionalmente se asume que adoptó como seudónimo Mark Twain, o dos brazas en argot afroamericano (unos 12 pies), por una expresión que hacía referencia a la profundidad necesaria, al calado mínimo para que los barcos pudieran navegar en el lecho del río sin peligro. Y es que el Misisipi fue el verdadero protagonista de toda su literatura, su zona de confort, su aliento artístico. A él volvía siempre.
¿Se puede tener una relación apasionada con un río? Yo digo sí. En 1883, Twain publica un fascinante libro de memorias, ‘La vida en el Misisipi’, una suerte de volumen confesional, una obra donde convergen todos sus grandes intereses: la intrahistoria, las anécdotas y leyendas del río junto a todos los recuerdos de juventud cerquita de su caudal, en los puertos que jalonaban sus orillas. En sus páginas el escritor recorre el río, cada recodo, en paralelo a su memoria. Recrea su entusiasta relación con él y su reencuentro veinte años más tarde.
«Continuamos deslizándonos río abajo con la intimidad de siempre, al no ver casi ningún vapor ni ninguna otra cosa que se moviese. El paisaje es el mismo: extensión tras extensión de un bosque casi nunca discontinuo a ambos lados del río, con su silenciosa soledad.»
MARK TWAIN, ‘Life on the Mississippi’
Y es justo es este volumen —¡curiosea la maravillosa reedición ilustrada de la editorial Reino de Cordelia!— donde el mismísimo Clemens nos da una breve pista del posible motivo por el cual eligió ese apodo para firmar sus novelas más famosas. En estas páginas nos presenta a Horace E. Bixby, el piloto que le enseñó todo sobre la navegación fluvial: “el anciano no tenía giros ni capacidad literaria, pero solía apuntar breves párrafos con información práctica y sencilla sobre el río, firmarlos con 'MARK TWAIN' y dárselos al 'New Orleans Picayune'. Se relacionaban con el estado y la condición del río, y eran precisos y valiosos”. Oh.
Vagabundeo por la ciudad, calle abajo, atraída por las historias del agua (dulce). Sigo las pistas. A ver.
🌳 Un buen paseo
Propongo esta vez un paseo diferente: voy a hacer un poquito de arqueología urbana. A pie, claro. Esta va a ser una caminata por la ciudad, porque el espacio público se usa y ocupa sobre todo caminando. Digo yo.
Y será un paseo urbano por la memoria del agua, por las historias que el agua dulce todavía nos cuenta de la ciudad de Madrid. Sugiero vagabundear siguiendo el antiguo rumor de las corrientes por las calles de la ciudad; el agua a nivel freático. Y descubrir los fascinantes ‘viajes de agua’, la red de canales y conductos subterráneos que durante casi diez siglos —desde su fundación en el siglo IX hasta al menos mediados del siglo XIX— abastecieron de agua a la capital.
Paseando por las calles de cualquier urbe, el agua se hace sentir en todas partes. En las ruinas, en los escritos en los muros, en los nombres de muchas calles. Los vestigios arquitectónicos nos hablan siempre de esta estrecha relación. Solo hay que fijarse.
Estos viajes de agua recogen la tradición de los canales de origen árabe que fueron introducidos en aquel incipiente núcleo de población, en Mayrit (Madrid) en época medieval. Primero de forma subterránea como qanat, aprovechando las abundantes aguas subterráneas a través de la conducción, y después a cielo abierto, o mayra, distribuían el agua, fundamentalmente para el regadío, por varias zonas del incipiente asentamiento. Y es que el Manzanares no servía a estos menesteres por su escaso caudal, porque sus aguas no eran muy aptas para el consumo y además, porque el núcleo de población se encontraba a bastante altura, a cierto desnivel.
Cuando el rey Felipe II decide trasladar su Corte de Toledo a la Villa de Madrid, la población, claro, crece de forma exponencial y hay que resolver un acuciante problema de demanda de agua e incorporar nuevos mecanismos hidráulicos para surtir al séquito real y al resto de la villa. Se decide entonces recuperar aquel sistema de qanats utilizado en época árabe unos siglos antes; desarrollar y ampliar nuevos ramales. La ciudad utilizará de nuevo este sistema de captación y distribución de agua hasta 1858, año en el que el Canal de Isabel II inaugura la traída de aguas desde otro río, el río Lozoya.
Durante los siglos XVII al XIX, coexistieron varios de estos viajes de agua. Entre ellos, el viaje de agua de Amaniel o de Palacio fue el destinado en origen a abastecer a los reyes y a la Corte y uno de los viajes más importantes del subsuelo madrileño. Y con esta rutita me quedo. Este paseo acuático tiene también algunas de las cosas que más me gustan: misterios subterráneos, historias casi olvidadas y mucha agua más o menos dulce.
Sí, en 1613, Felipe III (el hijo del de antes) ordena construir un viaje de agua para surtir al antiguo Alcázar —actual Palacio Real— desde los manantiales de la Dehesa de Amaniel y el valle de Valdezarza. Con una longitud aproximada de seis kilómetros, captaba el agua desde manantiales subterráneos para conducirla a palacio y otras dependencias reales a través de las numerosas galerías que recorrían la ciudad. Este paseo que traigo sigue el rastro de aquella colosal obra de ingeniería y nos lleva a varias paradas a la largo de la ciudad. En nada llegas. Verás.
🔸 La Dehesa de Amaniel (hoy Dehesa de la Villa) y sus capirotes. Empiezo el paseo por este parque salvaje al que tengo especial cariño, poblado de pinos, cedros y almendros y que esconde un secretillo. Hay que fijarse. Desplegados de forma desordenada, nos tropezamos con unas grandes estructuras de piedra de forma piramidal, localizadas justo encima de los pozos de aireación del viaje de agua de Amaniel. Sí, estos capirotes marcaban la ubicación de los pozos y debían ser estructuras lo suficientemente pesadas para que nadie las pudieran levantar. Aprovecha y date una vuelta.
🔸 El Arca vieja de Amaniel o Caño Gordo, en el parque del Paseo de Juan XXIII. Gracias a las labores de rehabilitación de los últimos años podemos conocer uno de los accesos a esta ancestral infraestructura hidráulica, que además es visitable unos 50 metros, justo en este otro parque. Esta vieja arca o depósito conducía las aguas que manaban desde la Dehesa de Amaniel y el valle de Valdezarza hacia las arcas ya existentes en la ciudad, como la de la Puerta de Fuencarral (hoy, Glorieta de Ruíz Giménez). Las galerías del Caño Gordo son amplias para facilitar el tránsito. Y bajo su suelo, el agua sigue discurriendo por un canal excavado en el sedimento arcilloso hasta precipitarse. Una maravilla.
🔸El Acueducto de Amaniel y los Caños del Peral. Sigo el paseo ahora hacia la Plaza de Isabel II, en Ópera. La labor de los fontaneros de la villa fue fundamental para proporcionar agua a las vecinas de Madrid. El oficio era trasmitido de padres a hijos, y posibilitó que los trabajos iniciados en el trazado y mantenimiento del viaje del agua de Amaniel por Domingo García, Fontanero de Palacio, los continuaran su hijo y su nieto. Otro secretillo. En el propio metro de Madrid se encuentra y es visitable este conjunto arqueológico, esta bella estructura que continúa el paseo. Bajo tierra una vez más, nos topamos con un auténtico acueducto construido a comienzos del siglo XVII con la finalidad de salvar un profundo barranco excavado en la plazuela de los Caños del Peral por el arroyo del Arenal. Sí, un auténtico acueducto por el que discurría el agua hasta palacio, un sistema de arcadas que permitía mantener la correcta nivelación del viaje del agua de Amaniel. Recomiendo la visita a este museo que preserva muchas otras historias increíbles, pero ese sería otro paseo.
🔸Bonus track. El qanat andalusí de la Plaza de los Carros. Volvemos al principio de esta historia. En esta preciosa plaza, además de algunos otros restos de época andalusí (silos y viviendas) se descubrió un tramo de lo que fuera un canal o viaje de agua primigenio, oficialmente datado entre los siglos IX y XI. Increíble. Leo que en origen discurría a cielo abierto y pudo tener relación con el arroyo de las Fuentes de San Pedro, que nacía en la plaza de Puerta Cerrada. El tramo conservado bajo la plaza tiene diez metros de largo y es accesible a través de una trampilla. Si decides visitar la plaza fíjate en las marcas de metal incrustadas en el adoquinado que siguen el rastro de este antiquísimo viaje. Mola descubrir la riqueza histórica y patrimonial de Madrid. Bastante emocionante. Bueno, yo igual es que me emociono enseguida.
El viaje de Amaniel estuvo en uso hasta el siglo XX, hasta que se consideró que carecía de utilidad. Pero hoy en día, el parque de la Fuente del Berro, por ejemplo, se sigue regando con el agua procedente del viaje de su mismo nombre. A mí esto me parece maravilloso. Date un paseo.
🌳 Un descubrimiento
La cosa va de ríos y de agua dulce. Así que traigo por aquí un pódcast que sigue la corriente. Mi descubrimiento esta vez es un mapa sonoro con el evocador nombre de ‘Caminar El Agua’, donde se cuenta una exploración a pie a lo largo del río Manzanares. Desde la presa de El Pardo hasta Butarque, en el distrito de Villaverde. El mejor plan.
Este archivo sonoro está producido por dos entusiastas del andar que también son grandes enamoradas de los ríos, eso es así: por Lucia De Stefano, doctora en Ciencias Geológicas y por la arquitecta, Camila Kuncar. Y es una gozada escucharlas. El pódcast también cuenta con la colaboración de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Ministerio de Ciencia e Innovación) y del Observatorio del Agua de la Fundación Botín.
Los cuatro capítulos son la historia de todo lo que ocurrió a lo largo de aquella caminata, una descripción de todo lo que encontraron a su paso a la vera del río. Una minuciosa y bellísima narración oral y colectiva con entrevistas a especialistas de distintos campos entrelazadas con relatos de vecinos relacionados con el río Manzanares. A mí me ha dado bastante paz.
¿Se puede tener una relación apasionada con un río? Yo sigo diciendo sí.
🌳 Escribir la naturaleza. Algunos Libritos
“El monótono avance de los pies, ese orden muscular, es, al mismo tiempo, un disciplinado esfuerzo muscular y la actividad cerebral más exigente.”
LESLIE STEPHEN, ‘Los Alpes en invierno. Ensayos sobre el arte de caminar’
Imagina escalar altas, altísimas montañas utilizando cuerdas, clavijas y mosquetones. Y hacerlo sola. Al aire libre, dependiendo de tus propios pies, sin producir ni destruir. Alcanzar así cumbres insólitas y luego sentarte a descansar. La belleza.
Bueno, traigo por aquí un librito dulce, interesantísimo y apasionado, ‘Los Alpes en invierno. Ensayos sobre el arte de caminar’ escrito por Leslie Stephen (1832-1904). Crítico literario, ensayista y pionero de la escalada en los Alpes, uno de los primeros en coronar en la edad de oro del alpinismo todas sus cumbres, y editor del Alpine Journal. Además, ¡padre de la escritora Virginia Woolf!, que prologa este bonito tratado.
“Mi padre salía a caminar él solo, después de desayunar, o en compañía de otro, y volvía poco antes de la cena. Si consideraba que el paseo había sido un éxito, entonces sacaba un mapa muy grande para inmortalizar con tinta roja algún atajo inédito que había encontrado.”
VIRGINIA WOOLF, ‘Los Alpes en invierno. Ensayos sobre el arte de caminar’
Amante del pasear por pasear, por campiña inglesa o por los escarpados montes alpinos, daba un poco lo mismo, Stephen supo encontrar en la naturaleza su fuerza vital y espiritual.
Este volumen recoge tres textos, tres ensayos escritos con una bonita prosa y que operan como pequeños tratados filosóficos. Yo me quedo con ‘En alabanza del caminante’ (Studies of a Biographer, 1902), donde el autor indaga sobre cuáles han sido los mejores momentos de su vida y destaca, claro, el pasear entendido como una actividad sosegada, alejada de toda rivalidad y esfuerzo excesivo, propiciadora de una “copiosa corriente de meditación tranquila que no cesa y solo en parte es consciente”.
Este sería un buen regalo, sí.
🌳 Arte natural
Voy terminando ya con algo bonito. Me apetecía mucho hablar del pintor Abraham Lacalle (Almería, 1962) y de sus jardines y de sus bosques.
“Los bosques siempre me han fascinado, dedico mucho tiempo a pasear por el campo. Las sensaciones que te va generando un paisaje, todo el relato de pensamiento que tienes en un paseo de tres horas y como va tu cabeza interiorizando todo es algo único y algo muy personal.”
ABRAHAM LACALLE
Lacalle es uno de los principales exponentes de la pintura española contemporánea y uno de mis pintores favoritos, la verdad. El paisaje, los paisajes son el nodo central y eje transversal de toda su obra. Pero él pinta paisajes crudos, nada idealizados o románticos. Fija su mirada y atención en lo no idílico: en la maleza, el barro en ríos y caminos, en el lodo, el cieno, en los árboles rotos o secos. En lo inusual. En la belleza extraña. Los fuertes colores y las potentes pinceladas que utiliza tanto en sus óleos como en sus acuarelas rompen con esa tranquilidad que se le presupone a una escena de paisaje tradicional. Generan misterio y desasosiego.
Y es que las conflictivas relaciones que el ser humano mantiene con la naturaleza en su intento de exprimirla están muy presentes en parte de sus trabajos. Y este maltrato tiene que dolernos. Sí.
Tenemos mucha suerte. Ahora mismo puedes ver obra de Lacalle en una expo colectiva cruzando el río. Sí, estoy muy empeñada. Justo en el barrio de Carabanchel acaba de abrir sus puertas Veta, una apabullante nave industrial de 1.200 metros cuadrados que alberga una galería de arte contemporáneo, y que pretende transformar la escena del arte (contemporáneo) en Madrid. A ver. El sitio es de verdad fascinante, recomiendo esta caminata también. Sigue la corriente.
Y terminé. Felices paseos.
🎧 Esta cancioncita sonó muchas veces mientras escribía este sexto paseo.