“Dorothea, que llevaba puestos el sombrero y el chal, se apresuró a cruzar el jardín y el parque para poder pasear por el cercano bosque sin otra compañía que Monk, el san Bernardo que siempre cuidaba de las hermanas durante sus paseos.
Ante su imaginación juvenil tomaba forma la visión de un posible futuro lleno de temblorosas esperanzas, y quería adentrarse por aquel horizonte visionario sin sufrir interrupciones. Anduvo con paso rápido respirando el aire estimulante, y pronto sus mejillas se encendieron.”
MARY ANN EVANS, Middlemarch
🌳 Lanzarse al camino
Hoy salgo de paseo sin rumbo fijo; me dejo llevar. Camino perezosa y descubro al menos doce, trece tonos de verde. El camino verdea. El verdor primaveral.
Y pruebo a sorprenderme por rutas nuevas, improviso por caminos enmarañados, agrestes, espesos. Continúo la senda natural. Los escaramujos, las zarzamoras, los arbustos espinosos me cierran implacables el paso.
¿Quién se preocupa por esos caminos? ¿Quién despeja, allana los senderos? ¿Quién procura el paso accesible al paseante? Y me pongo a pensar en esto del caminar.
Claude-François Denecourt (1788- 1875) curtido veterano del ejército napoleónico, decide destinar el resto de su tiempo, tras su retiro (y muchos de sus ingresos también) a cuidar los senderos del bosque que amaba, el de Fontainebleau. El bosque de los impresionistas, sí. Denecourt se ocupa concienzudo de desbrozar, limpiar y de trazar veredas por su bosque. El resultado: ciento cincuenta kilómetros de sendas señalizadas mediante flechas azules para disfrute de futuros caminantes a lo largo de la salvaje foresta. También hace construir fuentes, cuevas artificiales, pasajes subterráneos y una torre de observación, hoy, Torre Denecourt. Señala los árboles, las rocas, las mejores vistas. Quiere además compartir toda la belleza que ha descubierto entre aquellos caminos cercanos a París, entre esos parajes que le brindaban tanto consuelo, escribiendo una pequeña guía de paseo, acompañada de un mapa con gran acogida entre sus contemporáneos (¡once ediciones!).
En 1855, los escritores más famosos del país vecino (Victor Hugo, Desnoyers, Beudalaire, Gautier, Lamartine…) le rinden un verde homenaje con un volumen de textos en verso, en prosa, inspirados en la naturaleza –sobre los bosques, las cordilleras, el sol– de nombre ‘Sylvain’. Para Silvano, el espíritu protector de campos y bosque en la mitología romana. Protector de caminos.
Leo sorprendida que el Programa de Caminos Naturales (CCNN) dependiente del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación cumple ahora 28 años. Con arreglo a este plan se han acondicionado y puesto de nuevo en uso más de 10.300 kilómetros de estas rutas naturales a lo largo de toda la geografía. Más de 130 itinerarios. Se han puesto en servicio de nuevo antiguas vías de ferrocarril, canales, caminos de sirga, vías pecuarias, sendas e incluso antiguos caminos públicos en desuso para solaz de andariegos.
La idea, ambiciosa: que la población recupere el contacto con la naturaleza y con el medio rural con este asunto del andar. Una conexión muchas veces olvidada o inexistente. Crear así conciencia medioambiental y poner en valor un patrimonio natural, histórico y arquitectónico muchas veces abandonado, desconocido. Nos quedan paseos infinitos por parajes a descubrir.
Los caminos de titularidad pública según nuestra legislación son inalienables (no se pueden vender), imprescriptibles (no pueden ser adquiridos por entes privados) e inembargables (esto, se entiende). Pasear también para abrir caminos; para trazar senderos y protegerlos.
🌳 Un buen paseo
Desde algunos cerros madrileños, como el de Garabitas o el de las Canteras, se divisa cualquier día claro el Monte de El Pardo y la Sierra de Guadarrama. Y casi la totalidad de la Casa de Campo. Sí. Esta vez propongo un paseo por un trocito del mayor parque urbano de Europa, el pulmón verde de Madrid. Nos vamos de huertas.
En 1562, Felipe II decide comprar una finca a la familia Vargas, una de las familias más influyentes y antiguas de la ciudad, para ampliar los terrenos de la corona alrededor de la capital. Para sus retiros. Huertas y parcelas dedicadas a cultivos de cereal, repletas de olivares y vides, y grandes zonas de monte reservada al ejercicio de la caza pasan a manos del monarca. Este sería el origen de la actual Casa de Campo. Con la Segunda República, el jardín histórico cambia de titularidad y es ya propiedad del Estado. Luego la guerra, después la M-30 y sus nudos de uso exclusivo para coches, y entre 2004 y 2007, los soterramientos y Madrid Río. El Puente del Rey queda finalmente liberado de tráfico rodado y pasa a ser la principal entrada a la Casa de Campo desde el centro histórico. Una belleza. La antigua Puerta del Rey también se remodela, acercándola de nuevo al río. Una necesidad.
Pues es justo ahí, a ese lado derecho del río Manzanares, donde quiero llevarte de paseo. A un gran remanso de paz; una sorpresa. A tan solo unos pasos de ese puente y de esa puerta, cerquita del Paseo del Embarcadero, por donde discurre el camino que sube al Lago de Casa de Campo, se encuentra la Huerta de la Partida. Casi 40.000 metros cuadrados apenas transitados, para disfrute del agotado ciudadano. Este bonito vergel, situado frente al palacete de los Vargas, era eso, una explotación destinada al cultivo de frutas y hortalizas. El plano de Don Pedro Texeira en 1656 detalla esa zona de cultivos, regada por el arroyo Meaques.
Esta breve ruta tiene también algunas de las cosas que más me gustan. Es accesible a pie desde el centro de la ciudad, regala silencio, permite recorrer plácidamente senderos y vagabundear entre árboles frutales (casi un millar); entre almendros, avellanos, ciruelos, granados, higueras y olivos. Desconectar. Y un detalle bonito: el antiguo arroyo no llena ahora su cauce pero puedes seguir su huella recreada, seguir su estela en los surcos, tras los cantos rodados. Continúa el camino. En nada llegas.
🌳 Un descubrimiento
La majada, el aprisco. Un descubrimiento chulo: dos palabras, un ejemplo de arquitectura efímera y la asociación que trajo de vuelta el pastoreo a la gran ciudad.
Cerquita, a tan solo treinta y cinco minutos a pie desde la parada de metro Lago (dirección, Pinar del Santo), sí, en plena Casa de Campo, un día cualquiera puedes disfrutar de una imagen apacible, algo insólita en un entorno urbano: un rebaño de ovejas pastando en silencio. Este rebaño –de la cooperativa Los Apisquillos– visita el gran parque de otoño a primavera para eso, para pastar, de la mano del consistorio y de la asociación artística y cultural Campo Adentro.
Me cuentan que esta organización busca fomentar el encuentro entre campo y ciudad. Sin romantizar, con proyectos creativos y sociales que involucren a distintos colectivos rurales, artísticos e investigadores. Me explican también que se trata de la primera experiencia de pastoreo urbano en nuestro país. Y que la idea es sencilla: aprovechar de forma sostenible los pastos del parque histórico, desbrozando caminos para evitar incendios y mejorando la fertilidad del suelo. A la vieja usanza. Como siempre se hizo.
Pero es que estas dóciles rumiantes no duermen a cielo raso, sino que una curiosa y funcional estructura, un establo temporal acoge al grupo de corderos para resguardarlo de la intemperie. Fernando García-Dory, miembro de Campo Adentro es el responsable del diseño, producción y construcción de esta majada o aprisco (mis dos palabras nuevas). Un ejemplo de arquitectura móvil de madera, integrada perfectamente en el entorno, realizada por alumnos de la Universidad de Konstfack (Estocolmo), dirigidos por el arquitecto y miembro también de Campo Adentro, Sergio Montero. Y con aportes de varios arquitectos amigos. Arte para el acercamiento de lo rural, el equilibrio ecológico y el cambio social.
Recomiendo mucho estos caminos entre pinares en busca del rebaño. Tienes que verlo de cerca. Date un paseo.
🌳 Mujeres paseantas
La periodista treintañera, Vivian Gornick (Nueva York, 1935) pasea decidida por las calles de su ciudad, Nueva York, de camino a la redacción del semanario alternativo, el manual de la contracultura, donde trabaja desde hace algún tiempo, el Village Voice. Son los años sesenta, y Gornick tiene una necesidad personal, un mandato, una misión: narrar las buenas nuevas del feminismo radical desde las entrañas del movimiento. Tiene mucha prisa, normal.
Ya en los años ochenta del siglo pasado, la activista y periodista callejea ahora, a buen ritmo, una vez a la semana junto a su progenitora por la misma ciudad. En sus caminatas sin rumbo, a través de los diferentes barrios y avenidas, madre e hija se dan y se quitan la palabra y recuerdan de un modo diferente esa infancia en un bloque de viviendas de familias judías en el Bronx. Se muestran afecto, desafecto; asienten, disienten.
“Paseamos por las calles de Nueva York juntas continuamente. Ahora ambas vivimos en el Lower Manhattan, nuestros apartamentos están a kilómetro y medio de distancia y, cuando nos visitamos, lo hacemos a pie. Mi madre es una campesina urbana y yo soy la hija de mi madre. La ciudad es nuestro elemento natural. Las dos tenemos aventuras a diario con conductores de autobús, mendigas que arrastran carritos, acomodadores y locos callejeros. Pasear saca lo mejor de nosotras.”
VIVIAN GORNICK, Apegos Feroces
Comienzo de siglo, siglo XXI, la escritora es ahora una mujer que recorre con frecuencia sola esas mismas calles. En sus rutas diarias, observa la vida de la ciudad y a sus habitantes; la condición humana. Rescata conversaciones y las reproduce, describe encuentros fortuitos, añora amistades, rememora amores, profundiza en historias viejas y nuevas. Transita las calles y la memoria.
“Durante muchos años, caminé más de nueve kilómetros al día. Caminaba para despejarme, para sentir la vida de las calles, pasar disipar la depresión vespertina. Durante aquellos paseos, soñaba despierta constantemente. A veces pensaba en el pasado –idealizaba recuerdos amorosos o elogios–, pero sobre todo soñaba con el futuro: con ese mañana en que escribiría un libro de valor perdurable, conocería a mi compañero de vida, me convertiría en la mujer de carácter que todavía no era.”
VIVIAN GORNICK, La mujer singular y la ciudad
Pasear para soñar despiertas, para sacar lo mejor de nosotras.
🌳 Escribir la naturaleza. Algunos Libritos
‘Los senderos del mar’ de María Belmonte; este libro lo he regalado un montón. La antropóloga, investigadora y traductora vasca inicia aquí un viaje sentimental, emotivo por la Costa Vasca. Una travesía a pie sin prisas, en diferentes jornadas por ese tramo del litoral del mar Cantábrico, a través de viejas sendas costeras que le sirve para ahondar en la profunda relación entre el paisaje, las gentes y los seres que lo habitan o frecuentan. Con la excusa del camino, Belmonte tira del hilo de la memoria, rescata los lugares felices de su infancia y nos invita a conocerlos. Siempre antes de que suba la marea.
Este libro habla también de una parte de mi infancia muy pegadita a esa orilla de ese mar. Igual este paseo literario es un paseo a pie por algunos de mis recuerdos y por eso me gusta regalarlo tanto. No sé.
Un libro que huele a mar embravecido, a mar Cantábrico. Ojalá paseando ahí ahora.
🌳 Arte natural
Voy a ir acabando con algo bastante bonito. Creo. A Georgia Totto O’Keeffe (1887, Wisconsin, EE.UU- 1986, Nuevo México, EE.UU.) le gustaba perderse sola, juguetear por las extensas praderas que rodeaban la granja familiar y recoger tesoritos: pequeñas conchas, cantos rodados muy pulidos, palos grandes y palos pequeños, cortezas de árbol con formas graciosas.
Muy pronto, aprendió a fijarse en los más pequeños detalles, en detalles nimios, y a desear plasmarlos con exactitud en sus dibujos y pinturas. Y O´keeffe se hace artista, pintora. Y empieza a reproducir en gran formato elementos que en la realidad son muy, muy pequeños. Era es su manera de hacer notar lo relevante que es mirar atentamente, sin prisa, lo que nos rodea. Por mínimo que sea.
Tenemos una suerte enorme. El Museo Thyssen alberga estos días la primera retrospectiva de Georgia O’Keeffe en nuestro país, una exposición temporal dedicada a una de las máxima representantes del arte norteamericano del siglo XX. Con una selección amplia, de unas 80 obras, entre ellas, sus famosas y cotizadas flores a gran escala: los bulbos de lirios, las orquídeas y las amapolas. Pintó cientos de ellas. Y sus pinturas de Nuevo México –el estado que la acogió sus últimos años– con sus paisajes agrestes que inmortalizó de forma obsesiva. Una maravilla. Tienes hasta el 8 de agosto de 2021. Queda bastante tiempo.
Yo soy muy de llenarme también los bolsillos con tesoros de los caminos. Por si me pierdo. O por si me olvido. Pasear para que nos se nos pase ni un detalle. Terminé.
🎧 Esta cancioncita sonó muchas veces mientras escribía este tercer paseo.