🌳 Lanzarse al camino
“El río es, con mucho, el camino más bello.”
HENRY DAVID THOREAU, ‘Musketaquid’
Paseo a la vera de un río por un caminito empedrado y estrecho. Protegida por la sombra de pinos silvestres y robles rebollos, camino entretenida. El murmullo del agua dulce me arrulla y me acompaña. Es el sonido del agua que mana de entre las rocas revestidas de musgo esmeralda; el agua que se despeña, se desborda y se aleja. Lleva incontables años manando de entre esas rocas y alejándose. El frescor de las aguas de este río aviva especialmente los aromas de las jaras y las retamas; de los helechos y las madreselvas. El aroma del verdor. Recorro el sendero embelesada por la riqueza hidrográfica, arrebatada por la apoteosis acuática. Por las canciones del agua.
¿Cuál será el nacedero de mi río? ¿Cuál el lugar exacto desde donde brota? El manantial primigenio en la tierra, en las rocas. Es el agua que primero cayó en forma de lluvia en la cumbre de la montaña, que penetró a través de grietas y fisuras excavando galerías en un largo viaje, hasta brotar aquí cerca, en la fuente, gorgoteando deseosa de comenzar su camino hacia el mar.
Una concentración suficiente de agua —dos partes de hidrógeno, una de oxígeno— ejerce un poder de atracción tal sobre mí que solo me queda admirarla absorta. Confieso mi esencia acuática y mi veneración inquebrantable por manantiales, alfaguaras, fuentes, fontanas y veneros. Sí, por todos esos misteriosos y originarios rincones donde emerge el agua de forma espontánea y natural. Pero también por la simple y cautivadora idea de una fuente salvadora que sale a mi encuentro en mitad de un paseo. Amor por las fuentes públicas y las fuentes ornamentales. Arrobo por las fuentes de mi infancia, por las fuentes de las plazas de cada pueblo, por las fuentes conmemorativas, por las fuentes de mi parque, por las fuentes con espectáculos de luces y, claro, por las fuentes de Roma.
Mi niñez, momento fundacional de este aprecio por el agua que brota, tiene una sencilla fuente de piedra como protagonista: la fuente del lápiz. Bueno, así la llamábamos. Imagino que por cierto porcentaje menor de carbón, mineral del subsuelo, que arrastraba el agua del río Oja, el sabor de este breve chorro de agua trasparente y fría nos recordaba al grafito; al regusto de chupar distraída, eso, un lápiz. La fuente asoma serena en el Parque de la Estación, un espacio público tamizado por hierba muy verde y jugosa, codiciado postre de las reses que bajan cada tarde por la ladera y compañero de juegos de niñas y niños de la comarca, en un pueblito en las montañas, Ezcaray. Mi fuente sigue allí, puedes acercarte a verla.
Quién pudiera entender los manantiales, el secreto del agua recién nacida. La búsqueda (a pie), localización y mapeo de fuentes y fontanas ha sido históricamente objeto de grandes pasiones, de mucha literatura, de enconados debates intelectuales y de expediciones riesgosas. A mediados del siglo XIX, el lugar exacto del nacimiento del río Nilo seguía siendo uno de los mayores misterios geográficos para la humanidad. Lo había sido desde la época de los faraones. Entre los años 1856 y 1876, siete de los exploradores más famosos de la historia —Speke, Burton, Grant, Baker, Florence von Sass, Livingstone y Stanley— arriesgan sus vidas compitiendo por desvelar el secreto de las fuentes primigenias del gran río, en una serie de épicas empresas más o menos exitosas que les permitieron, eso sí, revelar al mundo el corazón de un África hasta ese momento desconocida. Sus motivaciones no eran económicas ni comerciales sino el deseo loco de aventura, de zambullirse en lo desconocido y cierta fe en que estaban realizando descubrimientos en beneficio del género humano en su totalidad.
“El descubrimiento de las fuentes del Nilo supuso un acontecimiento tan trascendental como lo sería un siglo más tarde la llegada del hombre a la Luna.”
TIM JEAL, ‘En busca de las fuentes del Nilo’
Recorren para ello miles de kilómetros casi siempre andando, enfrentando fiebres, enfermedades tropicales, a la mosca tse-tse, la estación de lluvias, territorios pantanosos, variados conflictos locales y la muerte. Sus esfuerzos conjuntos permiten levantar el velo de uno de los grandes misterios del planeta: los inefables manantiales. Ese cantar oculto a todas las miradas.
Sabemos que en la antigua Grecia los templos se construían cerca o encima de fuentes y manantiales; que poseer agua en abundancia era una de las mayores manifestaciones de poder en al antigua Roma, así que los emperadores se lanzaron a construir acueductos, baños y fuentes públicas; que en el Renacimiento las fuentes no era cosa menor sino alimento para el alma e ingentes obras de compleja ingeniería hidráulica; que en el Barroco Gian Lorenzo Bernini dio una vuelta de tuerca al diseño de fontanas creando inéditas maravillas como la fuente de los Cuatro Ríos —el Ganges, el Nilo, el Danubio y el Río de la Plata—, cuatro gigantes de mármol que gesticulan y se retuercen en complejos escorzos de forma teatral, fusionando piedra y agua. Mi fuente favorita.
En 2009, la geóloga canadiense Barbara Sherwood encabeza una investigación pionera sobre las aguas antiguas en las profundidades de la mina Kidd Creek, Ontario. Su tesón obtiene grandes frutos y la expedición da con una grieta oculta que albergaba un tesoro: una acumulación de agua con una antigüedad estimada de entre 1.600 y 2.500 millones de años. Imagina. Leo que este depósito acuático se sigue considerando el más antiguo de la Tierra. Sherwood, en un gesto rutinario y algo imprudente, se lleva unas gotas de ese agua que yacía oculta en las profundidades de la tierra a los labios, comprobando así que el sabor del manantial más antiguo del planeta era muy, muy salado y amargo; tres veces más que el agua del mar. El sabor de un denso manantial como de infinitas lágrimas.
"Para el caminante y para quien se adentra en la naturaleza, señalar en el mapa la presencia de fuentes es uno de los preparativos más importantes para determinar la cantidad de agua que lleva consigo. Y descubrir que una de ellas ya no existe o que se ha secado puede significar un momento dramático.”
MARÍA BELMONTE, ‘El murmullo del agua’
Como anota la escritora y antropóloga María Belmonte, todo paseante establece una relación sacrosanta con el agua en sus travesías más allá de las lindes. Normal. La sed se hace presente a lo largo de cualquier recorrido y su ausencia puede devenir en situaciones poco o nada deseables. Hay que hidratarse convenientemente. Siempre. Además, el conocimiento de los puntos de agua, no solo reporta solaz en la marcha sino que su identificación lleva, sin duda, al aprecio y al deseo de conservación de este recurso limitado; al interés de garantizar su acceso y de proteger el medioambiente.
Científicos y activistas nos advierten de que nos hallamos inmersas en un momento de déficit hídrico estructural: los bosques se oscurecen y los recursos hídricos y nuestras fuentes se secan. Pese a las lluvias generalizadas de los últimos días, la reserva hídrica en nuestro país se mantiene en el 66,3% de su capacidad total, con una enorme variabilidad entre regiones. No es una gran cifra. Con fenómenos meteorológicos cada vez más extremos por efecto del cambio climático (aumento de temperaturas y reducción de precipitaciones) es necesaria una gestión (política) de los recursos hídricos que se anticipe y prevea las sequías; que permita mitigar sus efectos negativos, ecológicos y socioeconómicos. El agua es un bien universal, un elemento crucial en muchas esferas de la vida humana y su accesibilidad una cuestión de derechos.
“La sombra se ha dormido en la pradera.
Los manantiales cantan.”
FEDERICO GARCÍA LORCA, ‘Manantial’
Continúo el paseo siguiendo el resuelto discurrir del río. Al final del camino me espera otra fuente. A los manantiales y alfaguaras, lugares siempre mágicos y terriblemente placenteros, hay que acudir sin prisa. Y descubrir la música del agua. Verás.
🌳 Un buen paseo
Al estilo del escritor y dramaturgo de Yorkshire J.B. Priestley, en este nuevo paseo me detengo otra vez en placeres cotidianos, en esas pequeñas cosas comunes que me colman de satisfacción. No puede extrañarte a estas alturas si te digo que uno de esos asuntos sencillos que me alegran bastante la vida sea pasear por pasear. Pero también visitar todos los museos que me tropiezo por el camino. Vamos, llegar a esos magnos centros culturales caminando para después vagabundear por sus salas, haciéndome la remolona ante cuadros favoritos. La felicidad.
Este paseo tiene también todo lo que me gusta: calma y silencio; un huerto al amparo de casi todas las miradas, un magnolio apabullante, flores de diferentes partes del mundo, el murmullo del agua de algunas fuentes y magníficas esculturas.
Esta es una nueva ruta por el corazón de la villa; un itinerario que no ha de seguirse en orden, ni de forma completa, ni en la misma mañana. Cero prisa: hay que tomarle el pulso a la ciudad también de forma sosegada. Este recorrido urbano solo es el reflejo de algunos de mis sitios favoritos de la ciudad de Madrid, puntos geolocalizables en mi enmarañado mapa vital. Traigo esta vez un paseo de paseos. Un recorrido por los jardines recoletos y accesibles de algunos de los museos de la capital que reportan consuelo siempre y deleite inmediato. Espero que a ti también.
🔸El jardín neomudéjar de Sorolla. En el barrio de Chamberí se encuentra esta casa-palacio de estilo historicista, obra del arquitecto Enrique Repullés. Construida entre 1910 y 1911, fue la residencia familiar y el taller del artista Joaquín Sorolla, y un siglo después sigue perpetuando el ambiente, la decoración y las colecciones personales del pintor. Una gozada. Este es un museo muy querido en la ciudad que bien merece una visita al año. Y su interior custodia otra joya: uno de los primeros jardines de inspiración neomudéjar de Madrid. Un pequeño oasis escondido entre los bloques de vivienda aledaños donde la gran protagonista es el agua (siempre) y su dulce murmullo. Parece que Joaquín Sorolla sintió el deseo de tener un jardín propio para pintar, lo ideó e hizo de él uno de los temas favoritos de su pintura en sus últimos años. Él mismo diseñó su trazado y escogió sus especies (el arrayán, las rosas, bojes, geranios, alhelíes, azaleas…) que adquiriría en diferentes viajes. Seleccionó los azulejos sevillanos que se distribuyen por todo el jardín en fuentes y bancos y alcanzan su máxima belleza en la escalera de acceso al taller. Eligió las esculturas que decoran cada rincón, obras de Mariano Benlliure, Josep Clarà, esculturas romanas...
La parte central es mi zona preferida. Allí, un bellísimo estanque rectangular rodeado de surtidores, que recuerda al Patio de la acequia de los jardines del Generalife, preside la escena. Una fuente baja de mármol con tres amorcillos en bronce adorna uno de sus extremos. El rincón destila serenidad, armonía y delicadeza. Para un paseo amoroso, el sitio mejor.
🔸El otro vergel (oculto) de la March. La emblemática Fundación March es uno de los espacios suministradores de cultura humanista y arte más interesantes de la capital. Desde luego. Pero es que además, tiene jardín: el mejor remanso de paz y de quietud del barrio de Salamanca. Esculturas de gran tamaño —obras de Eduardo Chillida, Eusebio Sempere, Gustavo Torner, entre otros— dan la bienvenida al idílico paraje que incluye en su diseño paisajístico románticas pérgolas, estanques, senderos. Agua, vegetación y una biblioteca pública. Pero es que esto da para otro paseo enterito. Mejor voy con la novedad: el vergel oculto. Escondido y enclaustrado entre dicha Fundación y el propio edificio sede de la Banca March, pared con pared, se encuentra el jardín privado de la banca privada (me he hecho gracia). Ocultísimo para el gran público hasta ahora, este florido edén ha abierto sus exclusivas instalaciones de forma efímera para acoger, por primera vez en España, cuatro fuentes escultóricas de gran tamaño de la artista americana Lyda Benglis. Sí, más fuentes. La escultora, fascinada como tú y yo por el agua, explora y profundiza en el diálogo entre arte y naturaleza y nos deja con la boca abierta. Un paseo fascinante y húmedo.
🔸 El Jardín del Magnolio del Museo del Romanticismo. Otro jardín recoleto en el barrio Justicia, distrito Centro. El antiguo palacio del Marqués de Matallana, construido en 1776, recrea hoy en este museo para inmenso placer de las vecinas la vida cotidiana de la alta burguesía durante el Romanticismo. La selección de la pequeña librería del interior, por cierto, es sensacional. Pero hoy toca tema jardines. Y es que esta casa solariega alberga un pequeñito pero primoroso jardín romántico en su interior, conocido como el Jardín del Magnolio. Nuestro parque conserva su trazado del siglo XVIII, organizándose en cuatro calles separadas por parterres de distinto tamaño. Una preciosa y sencilla fuente ornamental circular (¡sí!) corona su intersección. Preside cada uno de los mencionados parterres un árbol singular diferente, entre ellos, el maravilloso magnolio centenario que ha crecido hacia el infinito buscando la luz del sol. Para un paseo misterioso y un poco dramático.
🔸El huerto del poeta. La Casa Museo Lope de Vega. Nos sumergimos en el Siglo de Oro, en pleno barrio de las Letras. En esta casa vivió durante veinticinco años Lope de Vega, entre sus muros escribió algunas de sus obras más famosas y aclamadas, y aquí vio morir a un gran amor, Marta de Nevares. Como verás, un espacio con un gran halo histórico que sirve de recuerdo a la importantísima figura del dramaturgo y poeta. Lope pasó muchas horas de su vida en esta casa cuidando los árboles y las flores de su jardín. El huerto, que se preserva casi igual, era su pasión y entretenimiento diario. Ya en sus versos hablaba de la apariencia del jardín y de la pequeña huerta, donde se sentaba en el umbral protegido en invierno y a la sombra de las vides en verano. Hoy, un jazmín, un naranjo, una parra, un ciprés y un laurel endulzan la visita. El bello y frondoso jardín mantiene también el pozo original dónde el poeta tomaba el agua y junto al que pensaba palabras. Para un paseo intimista y delicado.
🔸El jardín de Sabatini del Museo Reina Sofía. Creo que es mi sitio feliz de la ciudad; el primero en mi lista. En el Edificio Sabatini, origen del museo y fundado como Hospital de San Carlos en el siglo XVIII, se encuentra este maravilloso espacio de paz al aire libre donde las zonas ajardinadas y las dos espléndidas fuentes neoclásicas se divierten a la perfección con gloriosas esculturas de Alexander Calder, Joan Miró y Eduardo Chillida. Atraviesa el claustro, entra en el bello jardín y toma asiento a la fresca. Hoy, desde la dirección del museo se pretende multiplicar su visibilidad y su utilización. Que se viva más y se convierta en una verdadera plaza pública para todas. Manuel Segade, actual director del Museo Reina Sofía, se ha marcado como objetivo no solo abrir de par en par la pinacoteca, sino también hacer más accesible el propio uso público del edificio; hacerlo más relacional, más situado. Conectar el museo a su entorno inmediato, a su trama de conflictos y expectativas. Fan de Segade. Este es un paseo perfecto sin intenciones, para perder el tiempo, para participar de lo que ocurre.
Disfruta de todos tus paseos, en nada llegas.
🌳 Un descubrimiento
Con este descubrimiento sí que no contaba. Esta vez tiene la forma de una sorpresa inesperada y de una escultura de gran presencia y tamaño. Sí, me encontré una bonita mañana de sábado en aquel vergel oculto con el ‘Laberinto húmedo. Habitación vegetal XVIII’, una obra fascinante de la escultora y arquitecta Cristina Iglesias. Casi otra fuente. Iglesias ya ha salido mencionada en estos paseos por mi pequeño mundo. Normal. Ella, desde luego, es una de las artistas contemporáneas que más admiro.
Este laberinto impregnado de agua —realizado con polvo de bronce, resina de poliester, fibra de vidrio y acero inoxidable— es una obra cargada de percepciones sensoriales, conformada por paredes verticales con bajorrelieves de curiosas formas orgánicas por los que discurre el deseado líquido. La pieza, en un lateral del jardín secreto (en depósito en la Banca March) abraza y rodea por completo al visitante que se abstrae del ruido urbano. Que se abstrae de todo. Cristina Iglesias ha creado un lugar más que una escultura. Un espacio rodeado de cierto misterio e intriga; el bosque húmedo de ciertos cuentos.
De nuevo, arte y naturaleza impregnada de agua, de la mano. Esto bien merece una buena caminata.
🌳 Escribir la naturaleza. Algunos Libritos
“Cogí una chaqueta, una brújula y una bolsa de lona con lo imprescindible. Mis botas eran tan sólidas y nuevas que confiaba en ellas. Tomé el camino más directo a París, firmemente convencido de que si iba a verla a pie, ella seguiría con vida.”
WERNER HERZOG, ‘Del caminar sobre hielo'
En 1974 el cineasta Werner Herzog emprende un crudo peregrinaje solitario a pie de Múnich a París donde la historiadora y crítica de cine alemán, Lotte H. Eisner, le espera. Este es un viaje invernal catártico, una prueba de humildad y un acto de amor heroico. Incluso, una penitencia. Herzog estaba convencido de que este viaje iniciático mantendría a su gran amiga enferma, figura imprescindible del cine alemán, con vida: “No puede morir, no morirá, no lo permitiré. (…). Mi paso es firme. Y la tierra tiembla. Cuando camino, es un bisonte el que camina. Cuando descanso, es una montaña la que reposa. ¡Ay de nosotros! No puede. No lo hará. Si llego a París, vivirá.” Para Werner Herzog y sus coetáneos, la crítica era todo un icono incuestionable que representaba la conciencia del Nuevo Cine Alemán; la autoridad definitiva.
“Al caminar se le llena a uno la cabeza”. Durante esta singular y poderosa odisea el documentalista anota todo lo que ve mientras camina: los bosques, la nieve, el hielo, la tormenta, las aldeas. Y lo que siente: temores y desatinos. Esta belleza inclasificable, ‘Del caminar sobre hielo’ —editado en castellano por Gallo Nero— era, según su autor, un diario de viaje que no estaba pensado inicialmente para ser leído, pero que llegó a ver la luz. Así sabemos de los miedos más arraigados en el autor alemán y que Eisner no falleció hasta nueve años después: “He ido a ver a la Eisnerin, todavía estaba cansada y marcada por la enfermedad. Alguien le habría dicho por teléfono que había llegado a pie, yo no quería decirlo. Estaba avergonzado.”
Caminar como un acto de fe de algún tipo. Caminar por amor.
🌳 Arte natural
Una cosita más y ya. Y es que me fascina la pintura emocional del asturiano Hugo Fontela, esos apuntes o instantes que captura del natural antes de que se le escapen, y quería compartirlo. Hugo es pintor y cultiva un único género, el paisaje.
Si tienes las suerte de viajar en los próximos meses a Segovia y dispones de un ratito, acércate (paseando) al Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente. Una maravilla, por cierto, este museo guardián de la obra de Esteban Vicente, distinguido miembro de la primera generación de la Escuela de Nueva York del Expresionismo Abstracto Americano, que produjo casi toda su obra en el exilio. Y eso, hasta septiembre de 2024 puedes disfrutar de 'Notas para un paraíso', la exposición donde Fontela fusiona realidad y abstracción con soltura. En sus series, la naturaleza verde, muy verde, revienta y se desborda, al mismo tiempo que deja intuir en sus lienzos ríos, cielos. Lo vegetal y lo acuático se fusionan. La pintura abraza la naturaleza y, al revés, lo mismo. Una verdadera delicia.
Terminé, sí. Felices, largos y apasionados paseos.
🎧 Esta cancioncita sonó muchas veces mientras escribía este paseo decimotercero.
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[*Créditos
🌳 Lanzarse al camino. Pintura ‘Mar de Jávea’. Joaquín Sorolla. Museo Sorolla.
🌳 Un buen paseo. Pintura ‘En el baño’. Joaquín Sorolla. Museo Sorolla.
🌳 Un descubrimiento. Pintura ‘Mar’. Joaquín Sorolla. Museo Sorolla.
🌳 Escribir la naturaleza. Pintura ‘Mar’. Joaquín Sorolla. Museo Sorolla.
🌳 Arte natural. Pintura ‘Playa de San Sebastian’. Joaquín Sorolla. Museo Sorolla.]
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Que placer leerte, Adriana, como si caminase contigo, con calma, disfrutando de esas cosas que muchas veces pasan desapercibidas.
Me ha parecido precioso el libro de Herzog, no lo conocía, y que lo haya editado Gallo Nero ya es toda una garantía, están haciendo obritas maravillosas.